Dificultad: FACIL
Tiempo y distancia: ORIÑON – CANDINA – ORIÑON. 4 HORAS
Época recomendable: Cualquier época
Descripción
Nuestro camino comienza en el punto kilométrico 161 de la nacional 634 entre Liendo y Oriñón, en una carretera abandonada donde un senderito, señalizado recientemente con estacas o balizas verdes, tira monte arriba. Tras atravesar una cancela blanca y destartalada, empezamos a ascender hacia el monte Candina, que apenas supera los 500 metros.

Aunque humilde en su altitud, destaca esta montaña por la diversidad de
sus paisajes y por la belleza de sus rincones. Como en otras moles
calcáreas cantábricas, encontramos en el camino un encinar del tipo
calificado como relíctico. Es un testimonio de los antiguos bosques que
cubrían la Península Ibérica en la época terciaria, hace millones de
años; bosques muy similares a los que hoy en día encontramos en las
islas macronésicas (las Canarias, las Azores, Madeira, las Selvagem).
Estos encinares están muy degradados; apenas encontramos árboles de gran
porte. Domina un matorral o maquia de argomas espinosas, brezos,
helechos, encinas chaparras y labiérnagos.

Tras alcanzar el primer collado, nos adentramos en el mundo
karstificado de Candina. Pronto, a nuestra izquierda según bajamos,
aparecerá la primera gran dolina, la de Tueros. Estas dolinas son
depresiones en forma de embudo originadas por el colapso de las
cavidades subterráneas formadas por la disolución de las rocas calcáreas
subyacentes. A su lado crece un bosquete de labiérnagos arbustivos, de
hojas siempre verdes. Las hayas ocupan las hondonadas de las dolinas,
ofreciendo el contraste cromático de sus hojas, que ya comienzan a
otoñarse al final del verano. Como los buitres, las hayas son una rareza
al borde del mar.

Pasado
el segundo collado, bordeamos por la derecha otra dolina, la de
Falluengo. Seguimos por el sendero de la derecha, que se adentra en un
lapiaz, allí donde aflora la roca calcárea desnuda, sin árboles que nos
den sombra, salvo una corpulenta y añosa encina. Las formas caprichosas
de las rocas del lapiaz esconden los muros arruinados de antiguos
poblados mineros, que explotaron los filones de hierro de esta montaña.
Una calzada de piedra es el mejor testimonio de esa actividad. Sus muros
ciclópeos, dignos de los trabajos de Hércules, nos facilitan la subida
empinada hasta la cumbre del monte.


Caminaremos
por encima de la calzada hasta su término. Allí, diversas simas
recuerdan los esforzados trabajos mineros. A nuestra derecha se
encuentran dos ojos del diablo, oquedades al borde del acantilado de los
buitres, que vuelan sobre nosotros a escasa altura. Navegan en la brisa
marina, sus alas como velas. Las vistas de la costa de Islares, la
llamada ballena de Oriñón y la playa de Sonabia y sus dunas son nuestro
premio. Volvemos por el mismo camino.
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