sábado, 28 de diciembre de 2024

RUTA CIRCULAR POR EL MACIZO DE ARRIA

Con el turrón aún atascado entre las muelas y los polvorones haciendo estragos en nuestras cinturas, decidimos despedir el año con una última ascensión al macizo de Arria. La expedición partió de Venta Fresnedo, un enclave tan diminuto que encontrar aparcamiento resultó una odisea. Finalmente hallamos una explanada al borde de la carretera que, en un principio, confundimos con una simple dilatación asfáltica. 
El primer asalto a la montaña puso a prueba nuestra pericia en el arte del vadeo. A falta de puente, tocó demostrar quién tenía el equilibrio de un sherpa y quién, bueno, no. De los cinco intrépidos montañeros, solo uno mojó su bota en río, pero gracias al todopoderoso Gore-Tex, la cosa no pasó a mayores… 
A partir de ahí, nos adentramos en un bosque que parecía sacado de un cuento de hadas… si los cuentos de hadas tuvieran árboles caídos bloqueando el camino y una vegetación digna de la selva amazónica. El antiguo cambero, se resistía a ser encontrado. El GPS, nuestro fiel compañero, nos guió a través de claros entre la maleza, donde las zarzas nos recordaron, a base de arañazos, que la montaña no perdona ni un despiste. Encontramos restos de cintas de balizaje, cual reliquias de expediciones pasadas, que servían más como recordatorio de que alguna vez hubo un camino que como guía efectiva. 
Ascendimos por un terreno que combinaba barro, piedras y humedad en una perfecta armonía. Llegamos a los restos de una cabaña, ahora pasto de la maleza. Tras dejar atrás este vestigio de la civilización (o de lo que quedaba de ella), entramos en zonas más despejadas, con pastizales y restos de otras cabañas. 
En uno de los collados, junto a un caballo que nos miraba desde los alto, hicimos un alto para “las 11”. Mientras degustábamos nuestros humildes víveres, debatimos sobre la estrategia de uno de nuestros ausentes compañeros para ascender al Mont Blanc a base de Doritos y Risquetos. El debate, para ser sinceros, se inclinaba más hacia el escepticismo absoluto. 
Casi sin darnos cuenta (o quizás porque la conversación sobre los Doritos nos distrajo), alcanzamos la cima del Cuetu el Castillo (1002 m). ¡Otra cumbre sin buzón! Alguno ya esta haciendo toda una lista. 
El descenso, por un estrecho canalón, nos llevó a terrenos más herbáceos, desde donde bajamos a los invernales de Arria. La senda, aunque bien marcada, seguía empeñada en poner a prueba nuestro equilibrio con generosas dosis de barro. Las polainas, se convirtieron en objeto de deseo para más de uno.
Finalmente, llegamos a un pastizal desde donde tomamos la pista de vuelta a Venta Fresnedo. La búsqueda de un lugar digno para reponer fuerzas tras tal gesta se convirtió en otra pequeña aventura. Al final, cual peregrinos modernos, nos acomodamos junto al cartel del Año Jubilar Lebaniego, una coqueta y minúscula área de descanso con banco y fuente (pero sin papelera, ¡un drama!). Allí, entre anécdotas y risas, dimos buena cuenta de nuestras provisiones, dando por concluida, con éxito (y mucho humor), nuestra particular expedición a este macizo.
Puedes ver el resto de las fotos aquí.

Track de la ruta en wikiloc:
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